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Cartas

UN MAL VIAJE

Me acabo de enterar de que la muerte visitó a un amigo, pero no se lo llevó, sólo fue de visita. Un gran motivo para alegrarse :D

SE ACABÓ

Se ha acabado. Sí, se ha terminado. Todo lo que tiene un principio tiene un final (como estamos hartos de escuchar en el trailer de Matrix).
Le he puesto final a algo tan especial que es imposible tener la certeza de haber hecho lo correcto; y la sensación de no haberme liberado a mi mismo sino a ti invade mi alma en estos momentos. Quizás no tuvieras el valor de decírmelo tu, quien sabe. Todo lo que tiene un principio tiene un final, pero el final siempre duele, siempre duele. No me puedo sentir más vacío, no puedo calmar esta amargura; cada vez que te veo quiero besarte, cada vez que sonries me llenas de ilusión. Ahora que me he apartado sé lo que he perdido, y quiero tanto recuperarlo. Aún así debo tomarme mi tiempo para conocer la magnitud de este sufrimiento; como dicen en una película que vi ayer: Nadie puede ver más allá de su propia elección. Que el tiempo suture las heridas, pero que la humedad no las refresque en la memoria, por favor, no quiero seguir llorando.

RADIO

En la radio sonaban canciones de amor, llenas de ternura, de felicidad, de melancolía y tristeza; acordes que alegraban dos vidas. Un buen día la radio se apagó y el silencio nos consumió.
No entiendo como hemos llegado a esta situación, no entenderé jamás porque te vas. Hemos cometido errores, sí, muchos, pero esta no es la solución.
Parecemos tontos, tu llorando en tu casa, yo llorando en la mía; queriéndonos a distancia. Dices que lo haces por mi...otra equivocación. No sé donde acabará esto, pero es un trance que no decidí pasar. Tarde o temprano volveré a llorar por ti, y entonces ya no tendrá remedio, te habrás ido de verdad, y estaré solo otra vez.

ERRORES

Si cometo un error intento comprender el porque para no volverlo a cometer; pero no puedo enmendar los errores del pasado, y tampoco puedo abrirte los ojos para que veas el error que estas cometiendo. Tendrás que hacerlo sola, y para ello solo tendrás que sentir, y hacerle caso a ese sentimiento.

PEQUEÑA

Nunca entenderé porque te vas

EL JARDÍN QUE QUIERO VISITAR

Te has ido, sólo unos días, y te echo de menos. Últimamente las cosas estaban torcidas, el peso del mundo cargado sobre nuestros hombros nos encorvaba, nos acercaba cada vez más a un suelo que no tardaríamos en tocar, estábamos tergiversando una realidad que debería ser maravillosa, y la convertíamos en una asfixiante atmósfera que nos impedía respirar; no podíamos oler las flores, que eran lo que nos quedaba, oler las flores, saborear su aroma, embriagarnos de su perfume y de belleza, esbozar una sonrisa de alegría plena compartida; y amarnos sinceramente, pasión sin dolor, confianza con respeto, libertad no impuesta ni otorgada, simplemente libertad.
Somos aún libres para irnos, somos aún libres para quedarnos y volverlo a intentar. Yo ya he decidido. Me quedo a tu lado. Quiero hacerlo, sólo ejerzo mi libertad, aún a sabiendas de que puedo sufrir por ello; no me importa, nunca me ha importado. Construirme un muro infranqueable, una burbuja de jabón para mi alma, que nadie me conozca, alejarme de todo afecto, cariño, caricia, dolor; buscarme una tupida soledad reconfortante donde nadie me toque y así no pueda herirme; excluirme a mi mismo de dicha habitación para que mi cabeza tampoco pueda hacerme daño, sólo un yermo vacío donde la vaga desolación drague mi corazón lleno de hastío. Podría, sí podría, pero no es la solución, no es la solución. Me quedo a tu lado...si tu me dejas.
Te has ido, sólo unos días, y te echo de menos. Días sin ti, días para reflexionar sobre que he hecho mal, que hacemos mal; aún me queda tanto por decir, tanto por hacer; puede que todo nos explote en la cara, no tengo miedo. Quiero hacerte ver lo gran persona que eres, quiero darte esa tranquilidad que anhelas y recibirla de ti, que no nos andemos con suspicacias, seamos libres, libre eres para quedarte, libre eres para irte. Yo me quedo a tu lado...si tu me dejas.
Aún podemos oler la fragancia de las flores; el jardín espera a que vayamos cogidos de la mano, pero el sendero tenemos que recorrerlo nosotros. Somos libres de hacerlo, de quedarnos sentados o a mitad de camino. Yo ya te estoy esperando...en la puerta de entrada al jardín; un jazmín me pregunta porque no estás aquí.

TRIÁNGULO ISÓSCELES o LA SITUACIÓN CON K.

TRIÁNGULO ISÓSCELES o LA SITUACIÓN CON K. Pretendo imaginar la inesperada sorpresa que te llevaste ayer al saber de mi de boca de uno que no me conoce, y se me esboza una sonrisa enorme, la misma que ayer apareció al oirte al otro lado del teléfono, tan radiante y efusiva, con ese tonillo de voz tan característico de tu alegría; hubiera pagado por ver esos ojillos sorprendidos y escuchar tu risa más de cerca. Hablamos ayer como hacía tiempo que no lo hacíamos. Me alegraste el día, y creo que yo también a ti también, aunque de forma indirecta. Cuantos recuerdos se pasaron por mi cabeza...como esa tarde en la facultad, o el día de tu cumpleaños cuando creo que te dí ese relato en cuestión, y otras tantas y tantas y tantas...que me parece imposible recordar tantos detalles de aquel tiempo que fue tan escaso; pero la importancia no la da sólo el tiempo. Conocerte fue la ostia (recuerdalo cuando peor estés). Sólo quedó compartir más cosas, pero si así tuvo que ser sería por algo. Tu allí, yo aquí, otros allá que perdidos quedaron en la memoria, y otros que se perderán en la distancia; será para dejar un hueco en nuestras cabezas ya de por si dolidas y cansadas a otros que con el tiempo serán también olvidados; sólo se recuerda lo que de verdad importó, aunque sean pequeños detalles y anécdotas.
Ayer tú, yo y K nos convertimos en los tres vétices de un triángulo isósceles, cada uno unido al otro con los lazos que les correspondan, pero que al unirse condensaron en su interior recuerdos, risa, sorpresa, amistad, emoción... que hicieron desaparecer la intemperancia (casi frialdad) del cristal que a veces encierra nuestras vidas como si de una urna se tratase.

LA CHICA DE LA HELADERÍA

Hace ya varios meses que tuvo lugar este acontecimiento que ahora os estoy relatando; fue uno de esos sucesos que suelo denominar como “pequeñas cosas” que hacen que el paso por la vida merezca la pena. Cuando terminéis de leerlo seguramente pensaréis que no se le debe dar tanta importancia a estas minucias que, si acaso, tan sólo servirían para contar como anécdotas el mismo día que ocurren, para pasar rápidamente al olvido.
Hace ya varios meses que tuvo lugar este encuentro que ahora os estoy relatando, y sigue fresco en la memoria, como el día que aconteció, luego me es imposible calificarlo de minucia. No lo hice entonces, ¿Como hacerlo tanto tiempo después?
Acababa de almorzar y con el estómago repleto me dirigía hacia el trabajo. Recuerdo estar muy agobiado entonces, los exámenes, el trabajo, las cosas que deberían ser y no eran; no tenía motivos para sentirme bien, y no lo estaba. Entre tantos pensamientos turbios caminaba y caminaba sin darme cuenta de lo que me rodeaba; no paseaba, sólo andaba. El sofocante calor de la por entonces bien entrada primavera me llevó en volandas a una heladería de la calle Larios. Aparqué mis ideas a un lado para centrarme en la elección de mi suculento helado. Decidí, y me dirigí a la barra para pedir. Al fondo estaban tres empleadas. La más mayor ordenó a la más joven, una preciosa chica morena con el pelo recogido en una cola y con ojos negros, que me atendiera. Ésta se me acercó con pasos dubitativos y una sonrisa nerviosa que la delataba, y con una voz que pareció quebrarse me preguntó-¿Qué desea?- Era su primer día de trabajo y yo su primer cliente. A pesar de no ser el trabajo ideal ella parecía estar ilusionada. Resolví regalarle la mayor de mis sonrisas y ser lo más amable posible: -Una tarrina de vainilla por favor- Se dio media vuelta en busca del pedido, pero rápidamente volvió, se le había olvidado preguntar: - ¿De que tamaño?- Lo hizo entre sonrisas, más bien provocadas por el nerviosismo que por la situación; sin duda se percató de que yo sabía que era el primer cliente al que atendía. Finalmente me trajo mi helado y se dispuso a cobrarme. No sabía el precio, y por supuesto se equivocó al darme la vuelta. No paraba de sonreír tímidamente, sonrisas a las que yo respondía con sincera reciprocidad. Me despedí mirándola a los ojos y dándole las gracias. Ya entonces ella, sin saberlo, me había alegrado el día y aportado la ilusión que me faltaba; olvidados quedaron mis problemas, al menos durante un buen rato.
Salí del local preguntándome si la volvería a ver algún día, si se acordaría de mi si volviera a la heladería, si mis sonrisas la habrían ayudado en algo... Al fin y al cabo, fui su primer cliente.