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ANSIEDAD

ANSIEDAD

¿Porque sentimos terror cuando estamos perdidos? Mi estabilidad es tan complicada de mantener, tan sencilla su evaporación...Cambia de estado. Sumirse en la deseperación. Fácilmente. Cruzo un puente todos los días. Un río bajo él. Mis miedos, temores, sin razones agobian mi cabeza, incrustándose como agujas en una sesión de acupuntura sobre mi cerebro. Me desquicio. ¿Que me ocurre? Quiero estar tranquilo, no descansar en paz, quiero vivir plenamente, gozar de una libertad perdida. La cárcel me la impone la mente. Mi alma quiere escapar de la oscuridad, nublados pensamientos la asolan, quiero ser feliz, como era antes. ¿Lo era? Hoy de nuevo cruzo el puente, como cada día, sobre un río de pútrida mierda, desechos que son mis penas, mis egoísmos, mis miserias, mis neuras. ¿He de fundirme con ellas para salvarme?

Cruzo el puente. ¿Quienes son esos dos? ¿Por que me miran? ¿Que demonios pretenderán? Planean asesinarte. ¿Querrán empujarme al río y ahogarme en toda esa porquería? Sus caras son angulosas, reflejo de su ilícita maldad sin duda. ¡Se han girado para observarme! ¡Planean mi muerte!¡Vienen hacia aquí! ¡Su determinación no cesará jamás! ¡¿Por que me perseguíis?!
¡¡¡Malditos!!!
¡¡¡Malditos seais!!!

CANCIÓN DE PAJAROS MUERTOS

Era una tarde de Octubre, oscura por el cielo entoldado de nubes que amenazaban con acabar con la paz reinante en la que los pájaros muertos cantaban canciones de Leonard Cohen, canciones que sólo los muertos pueden escuchar y entender.
Era el preludio de una muerte anunciada.

Allí estaba yo, subiendo la cuesta que desembocaba a la desesperación, sólo un cigarrillo me acompañaba en mi camino; me pregunto si era yo el que tragaba su humo o era él el que aspiraba mi alma. No lo sé ahora, no supe nunca...y no me importa. Iba en dirección a Stones, una cafetería del centro de la ciudad. Podría haber ido a cualquier otro sitio si hubiera querido, pero los pájaros muertos me guiaban, me empujaban hacia allí con su canción, una canción de difuntos para difuntos.
Era el preludio de una muerte anunciada.

Llegué, absorto en mis divagaciones mentales, pensando en que echaba de menos a alguien que todavía no conocía. El pitillo permanecía encendido, le pegué una calada profunda, o él me la dio a mi; me es imposible hacer la distinción. Entré, pedí un café turco sin azúcar, y me senté en la mesa más apartada del local, solo, tal y como había estado toda mi vida. El aburrimiento me llevó a observar al personal: una pareja, insípida y superficial, como supongo serían sus temas de conversación; una comuna de cabrones riendo y alborotando; lo sé por sus gestos, porque no era capaz de oírles, sólo escuchaba a los pájaros que continuaban en su empeño de hacerme entender su triste canción. También había una familia: padre, madre, hijo e hija. La pequeña brillaba con una luz especial. Yo la reconocía, no a ella, sino a su luz, una luz del mismo color que la mía pero más intensa debido a su juventud e inocencia que dolían con sólo mirarla. Entonces ella abandonó su asiento junto a sus padres para acercarse a mi mesa con pasos demasiado seguros y maduros para ser una niña. Me percaté de que no era ella la que andaba, era su resplandor, y este era su alma, que era la mía, y vino a fundirse en un solo hálito de vida que me consumió.
“Por fin te he encontrado, aunque en realidad nunca me has abandonado, porque tú eres yo, y yo soy tú. Sé que es amargo pero este mundo no nos corresponde, somos un error. No llores porque nos volveremos a encontrar en otro tiempo y otro lugar, porque la luz es eterna, ha brillado siempre, y siempre existirá. No desesperes porque esa es la única muerte.”
Oí todo eso sin necesidad de que ella tuviera que abrir sus labios; fue lo único que calló a los pájaros y con ellos a su canción. Luego ella se marchó con su luz, debilitada por el fortuito encuentro.
Era el preludio de una muerte anunciada.

Salí del local, sabiendo que no podía alcanzar ya nunca más la felicidad, no en ese ‘ahora’, no en ese ‘lugar’. Me di cuenta de que el cigarro se había consumido, encendí otro que me acompañaría en el paseo de vuelta a casa a la que no llegaría nunca. Los pájaros seguían entonando su canción de muerte; era la mía.

Fui feliz por un instante pero, como tal, pasó. La certeza de no poder volver a conseguirla me oprimía el pecho con cada calada que fumaba del fuego de mi alma. Y así, consumido por mi tristeza y agonía, como las cenizas ardientes de un cigarro, lo comprendí justo antes de desaparecer...los pájaros me daban la bienvenida al reino de los muertos.

BIENVENIDOS A UNA HABITACIÓN SIN VISTAS

No se que me ha empujado a crear este blog, ni si la determinación de mantenerlo será equiparable al afán por crearlo, pero aquí estoy, escribiendo lo que se supone son mis primeros artículos, y ahora que lo hago no sé que poner. ¿Tengo acaso algo distinto que contar que tú? ¿A quien puede interesarle los desvarios de un desconocido cuando ni siquiera te interesan los problemas de tus amigos? Este mundo es egoísta, y no soy el primero que lo descubre, ni el primero que se siente perdido dentro de él. Encontrar el camino, encontrar mi sitio, es lo único que me mueve; eso, y no acabar hundido dentro del pozo en el que esta sociedad engulle a cada uno de sus miembros, desencantados de una época que no permite cambio, que por cierto no buscamos ¿Acaso crees que puedes cambiar las cosas? No puedes. Eres tan egoísta como todos los demás, como yo. Mira en tu interior, descubrirás cuanta oscuridad enturbia tu corazón. Sólo puedes aspirar a mirar los árboles, observar los pájaros, ver las estrellas, e intentar que esos pequeños actos de supuesta vanalidad te aporten el poco de felicidad necesaria para superar cada una de las miserias de un mundo que no merecemos, que no nos corresponde. Yo te doy la bienvenida, desencantado.